Boris Pahor, superviviente de campos de trabajo nazis
VÍCTOR-M. AMELA, 04 de septiembre de 2010 - LA CONTRA - LA VANGUARDIA
Tengo 97 años. Nací en Trieste, y allí vivo. He sido profesor de literatura. Estoy viudo y tengo dos hijos. ¿Política? Defiendo la cultura eslovena en Italia. ¿Dios? No es unipersonal, sino la naturaleza misma. Trabajé en campos de trabajo nazis... y sobreviví.
¿Fue prisionero de los nazis?
Sí. Pero le aclaro: no soy judío, y mi infierno nada tuvo que ver con el holocausto judío.
¿Cuál es la diferencia?
Los nazis me metieron en un campo de trabajo, ¡no de exterminio!
Distíngalos.
Los judíos fueron víctimas inocentes de la locura criminal nazi: los enviaron a campos de concentración para ser exterminados por ser judíos, sin más. Fue el caso de 6 millones de europeos. Pero no fue mi caso.
¿Cuál fue su caso?
Mi caso fue el de otros 4 millones de europeos: nos enviaron a campos no para ser exterminados..., sino para trabajar para los alemanes hasta la extenuación o la muerte.
¿Y de verdad ve mucha diferencia?
Sí: nos esclavizaban por atrevernos a erosionar el dominio nazi, por enfrentarnos al nazismo. ¡Incluso desde los campos algunos se jugaron la vida boicoteando al nazismo!
¿Insinúa que los judíos se amilanaron?
¡Fueron víctimas inocentes! No se rebelaron porque no sospechaban qué harían con ellos los nazis en los campos.
¿Y qué hicieron con usted?
Los eslovenos antifascistas de Italia acabamos detenidos y enviados a un campo de trabajo nazi, donde nos forzaron a trabajar durísimamente extrayendo y transportando piedra a temperaturas bajo cero, entre la nieve, con un único pedazo de pan cada 24 horas. Así vi morir a muchos compañeros...
¿Por qué sobrevivió usted?
Por el azar de hablar idiomas. Nací esloveno en Trieste: hablaba esloveno, alemán (la lengua de cultura entonces en Centroeuropa), algo de francés (aprendido en el instituto) e italiano, al ser los triestinos anexionados por Italia en 1918.
¿Y cómo pudo eso salvarle la vida?
Yo tenía una fea herida purulenta en el dedo meñique. El médico del campo hablaba francés... y le gustó hablar francés conmigo. Así, cuando curó el dedo, siguió vendándomelo como si siguiera mal: eso me apartó de trabajos a la intemperie en los que morías...
Veo su dedo meñique, muy torcido...
Nunca he querido arreglármelo, ¡para recordar que le debo la vida! Y hablar alemán me hizo útil como intérprete en el campo, y eso también me apartó de trabajos muy duros...
¿Esto le ha hecho sentir culpable?
De algún modo... Aunque no hice mal a nadie. Pero sí siento remordimientos por algo.
¿Por qué cosa?
Yo había logrado ocultar unos cigarrillos. Un compañero me tendió su trozo de pan a cambio de los cigarrillos. El hambre era terrible..., y acepté. Y él murió. No me perdono eso: ¡debería haberle propuesto compartir!
...
Te animalizaban, ¡era su victoria! Estábamos todos al filo de la muerte, mirándonos de reojo para quedarnos con el pan del otro.
¿Había violencia?
Sólo robos: la disentería te deja la boca tan seca que no puedes comer, y escondías tu trozo de pan para luego, y ahí era cuando te lo podían robar. También estabas atento a que alguno muriese... para cogerle su pan.
¿Dónde estaba Dios?
Al principio yo aún rezaba: me formé en un seminario... Luego me olvidé. No hay un dios unipersonal. Todo era noche y niebla... Pero ni culpar puedo a aquellos guardias...
¿Por qué no?
Eran hijos de una educación que les había convencido de que estaban mejorando el mundo al someter a pueblos inferiores.
¿Qué le estremece todavía?
Luego he sabido que en el pozo negro de las letrinas -allí donde me ordenaban llenar cubos de excrementos para abonar el huerto y el jardín del comandante del campo- se vertían las cenizas de compañeros incinerados. El aire olía a carne quemada, pero yo no sabía que las cenizas acababan en la mierda...
Ahora los turistas vamos de paseo a esos lugares que fueron terroríficos...
Y está bien que así sea para recordar lo que pasó allí, y por eso yo escribo. He estado de visita en ese campo (Natzweiler-Struthof) y he visto a una pareja besándose, a niños jugando y riendo... ¿Ven ellos lo que yo veo allí? ¡No! Bajo esa carretera pulcramente asfaltada, esos barracones remozados, esa bella puesta de sol..., ¡yo veo horror! Y por eso lo cuento, en nombre de tantos muertos.
¿Tendemos a olvidar lo peor?
¡No hemos aprendido nada! En Italia y Eslovenia ya pasamos cuentas con el comunismo, ¡y estuvo bien hacerlo!, pero no con el fascismo ni con tantos colaboracionistas con el fascismo. Mire: ¡Berlusconi cita a Mussolini... y se queda tan ancho!
¿Qué propone?
Que los niños sepan de qué somos capaces, en vez de andar memorizando quién ganó guerras o nombres de generales. ¡Que sepan de los héroes anónimos!
¿En quiénes está pensando?
Ingenieros forzados a trabajar en los misiles V2 contra Londres, que los boicoteaban: colocaban piezas defectuosas para que un misil fallase. ¡Y sabían que, cuando uno fallaba, Von Braun ordenaba una investigación... y alguno era ahorcado! Por cierto, al criminal Von Braun luego le llenaríamos de honores por llevarnos a la Luna...
¿Cómo se vive tras aquel espanto?
Cada mañana abro los ojos... y me da igual si es lunes o domingo, Navidad u otro día: lo agradezco como un regalo de la vida. Camino por la montaña, me arrodillo ante un paisaje... y me digo: "¡Qué suerte estar aquí!"
VÍCTOR-M. AMELA, 04 de septiembre de 2010 - LA CONTRA - LA VANGUARDIA
Tengo 97 años. Nací en Trieste, y allí vivo. He sido profesor de literatura. Estoy viudo y tengo dos hijos. ¿Política? Defiendo la cultura eslovena en Italia. ¿Dios? No es unipersonal, sino la naturaleza misma. Trabajé en campos de trabajo nazis... y sobreviví.
¿Fue prisionero de los nazis?
Sí. Pero le aclaro: no soy judío, y mi infierno nada tuvo que ver con el holocausto judío.
¿Cuál es la diferencia?
Los nazis me metieron en un campo de trabajo, ¡no de exterminio!
Distíngalos.
Los judíos fueron víctimas inocentes de la locura criminal nazi: los enviaron a campos de concentración para ser exterminados por ser judíos, sin más. Fue el caso de 6 millones de europeos. Pero no fue mi caso.
¿Cuál fue su caso?
Mi caso fue el de otros 4 millones de europeos: nos enviaron a campos no para ser exterminados..., sino para trabajar para los alemanes hasta la extenuación o la muerte.
¿Y de verdad ve mucha diferencia?
Sí: nos esclavizaban por atrevernos a erosionar el dominio nazi, por enfrentarnos al nazismo. ¡Incluso desde los campos algunos se jugaron la vida boicoteando al nazismo!
¿Insinúa que los judíos se amilanaron?
¡Fueron víctimas inocentes! No se rebelaron porque no sospechaban qué harían con ellos los nazis en los campos.
¿Y qué hicieron con usted?
Los eslovenos antifascistas de Italia acabamos detenidos y enviados a un campo de trabajo nazi, donde nos forzaron a trabajar durísimamente extrayendo y transportando piedra a temperaturas bajo cero, entre la nieve, con un único pedazo de pan cada 24 horas. Así vi morir a muchos compañeros...
¿Por qué sobrevivió usted?
Por el azar de hablar idiomas. Nací esloveno en Trieste: hablaba esloveno, alemán (la lengua de cultura entonces en Centroeuropa), algo de francés (aprendido en el instituto) e italiano, al ser los triestinos anexionados por Italia en 1918.
¿Y cómo pudo eso salvarle la vida?
Yo tenía una fea herida purulenta en el dedo meñique. El médico del campo hablaba francés... y le gustó hablar francés conmigo. Así, cuando curó el dedo, siguió vendándomelo como si siguiera mal: eso me apartó de trabajos a la intemperie en los que morías...
Veo su dedo meñique, muy torcido...
Nunca he querido arreglármelo, ¡para recordar que le debo la vida! Y hablar alemán me hizo útil como intérprete en el campo, y eso también me apartó de trabajos muy duros...
¿Esto le ha hecho sentir culpable?
De algún modo... Aunque no hice mal a nadie. Pero sí siento remordimientos por algo.
¿Por qué cosa?
Yo había logrado ocultar unos cigarrillos. Un compañero me tendió su trozo de pan a cambio de los cigarrillos. El hambre era terrible..., y acepté. Y él murió. No me perdono eso: ¡debería haberle propuesto compartir!
...
Te animalizaban, ¡era su victoria! Estábamos todos al filo de la muerte, mirándonos de reojo para quedarnos con el pan del otro.
¿Había violencia?
Sólo robos: la disentería te deja la boca tan seca que no puedes comer, y escondías tu trozo de pan para luego, y ahí era cuando te lo podían robar. También estabas atento a que alguno muriese... para cogerle su pan.
¿Dónde estaba Dios?
Al principio yo aún rezaba: me formé en un seminario... Luego me olvidé. No hay un dios unipersonal. Todo era noche y niebla... Pero ni culpar puedo a aquellos guardias...
¿Por qué no?
Eran hijos de una educación que les había convencido de que estaban mejorando el mundo al someter a pueblos inferiores.
¿Qué le estremece todavía?
Luego he sabido que en el pozo negro de las letrinas -allí donde me ordenaban llenar cubos de excrementos para abonar el huerto y el jardín del comandante del campo- se vertían las cenizas de compañeros incinerados. El aire olía a carne quemada, pero yo no sabía que las cenizas acababan en la mierda...
Ahora los turistas vamos de paseo a esos lugares que fueron terroríficos...
Y está bien que así sea para recordar lo que pasó allí, y por eso yo escribo. He estado de visita en ese campo (Natzweiler-Struthof) y he visto a una pareja besándose, a niños jugando y riendo... ¿Ven ellos lo que yo veo allí? ¡No! Bajo esa carretera pulcramente asfaltada, esos barracones remozados, esa bella puesta de sol..., ¡yo veo horror! Y por eso lo cuento, en nombre de tantos muertos.
¿Tendemos a olvidar lo peor?
¡No hemos aprendido nada! En Italia y Eslovenia ya pasamos cuentas con el comunismo, ¡y estuvo bien hacerlo!, pero no con el fascismo ni con tantos colaboracionistas con el fascismo. Mire: ¡Berlusconi cita a Mussolini... y se queda tan ancho!
¿Qué propone?
Que los niños sepan de qué somos capaces, en vez de andar memorizando quién ganó guerras o nombres de generales. ¡Que sepan de los héroes anónimos!
¿En quiénes está pensando?
Ingenieros forzados a trabajar en los misiles V2 contra Londres, que los boicoteaban: colocaban piezas defectuosas para que un misil fallase. ¡Y sabían que, cuando uno fallaba, Von Braun ordenaba una investigación... y alguno era ahorcado! Por cierto, al criminal Von Braun luego le llenaríamos de honores por llevarnos a la Luna...
¿Cómo se vive tras aquel espanto?
Cada mañana abro los ojos... y me da igual si es lunes o domingo, Navidad u otro día: lo agradezco como un regalo de la vida. Camino por la montaña, me arrodillo ante un paisaje... y me digo: "¡Qué suerte estar aquí!"