Mario Llonch, que a los 61 años dejó el golf, se instaló en una choza en África y fundó una ONG
IMA SANCHÍS, 27 de marzo de 2010 - LA CONTRA - LA VANGUARDIA
IMA SANCHÍS, 27 de marzo de 2010 - LA CONTRA - LA VANGUARDIA
69 años. Vivo entre mi ciudad, Barcelona, y Senegal. Estoy casado, tenemos dos hijos, dos nietos en Madrid y 600 de Senegal. Fui textilero, tuve una empresa de asesoría de golf y hoy me dedico a una ONG. Los políticos no tendrían que existir. Soy católico semipracticante.
Vengo de familia textil. El primer regalo que me hizo mi padre fue un mono de mecánico, y me mandó a trabajar de operario a otra empresa.
La corbata le esperaba.
Sí, acabé de director comercial, pero como todo buen textilero en 1978, cerramos. Fue una bonita experiencia.
¿Cerrar?
Aprender desde la base, que me permitió después decirles a los empleados: “Esto se hace así, y hacerlo”.
¿Qué más le ha enseñado la vida?
La vida es como ir en un tren: según en qué estación bajes tienes que cambiar tus prioridades. Adaptación. El futuro es la suma de muchos hoy. Hay que disfrutar el hoy todos los días.
¿Qué hizo tras la crisis?
Pensar durante dos años sabáticos qué quería hacer de verdad, y monté una empresa de golf, que era mi hobby.
¿Y cómo fue a parar a Senegal?
Fui a Senegal a montar un negocio inmobiliario que no quedó en nada. Mi mujer, que siempre ha estado involucrada en temas sociales, contactó con unas misioneras y el último día me llevó a ver lo que hacían.
¿Tanto le emocionó?
Podríamos ayudar a estas monjitas”, me dijo. Y yo dije: “No”.
¿No?
“Vamos a venir a vivir aquí y vamos a ayudarles directamente”. Tal vez estaba sensible, tal vez fue que allí oí el silencio por primera vez en mi vida; pero vi que se podían hacer muchas cosas, que podía ayudarles. Fue como un chasquido.
Radical.
Mucho. Ahora seis meses al año vivimos en una casa sin electricidad, ni agua corriente, ni televisión, ni frigorífico. Al principio, lo más duro fue entender a la gente, porque sus prioridades no tienen nada que ver con las nuestras, ni su conversación: buscaba blancos desesperadamente.
Curioso.
… Es que los veía negros, muy negros; ahora ya no veo el color. He profundizado y se han desdibujado las diferencias. Y he descubierto unos valores que aquí se han perdido.
¿A qué se refiere?
El respeto a los mayores y eso tan simple que es ser educado; ellos lo son mucho. También hay cosas que desterrar: igual que aquí hacíamos, acostumbran a pegar a los niños, y no son muy higiénicos.
¿Y cómo le han encajado a usted?
Cuando me exaspero, les grito. “Mario es así, no le hagáis caso”, dicen —ellos no gritan—. En lugar de traer a los niños de África aquí —“Mira qué bonito es todo y ahora vuelve a tu casa”—, deberíamos llevar a nuestros niños allí, para que vieran cuál es su realidad y, pese a eso, su sonrisa y generosidad.
Lo dan todo.
Sí, su generosidad aquí es impensable. Ahora estamos buscando casas de acogida para niños que vienen a operarse y está siendo muy difícil. Por eso creo que hay que darles herramientas que les funcionen en su mundo, pero sin cambiarles la mentalidad. Otro tema es el de la corrupción.
Un tema universal.
Cierto, por eso estamos allí, para que nada se pierda por el camino. Nuestro proyecto pretende desarrollar una zona. ¿Por qué?
…
Si tienes diez frasquitos de agua y los viertes todos en una planta, la planta crecerá, pero si los repartes… Este mundo sería mucho mejor si hubiera un millón de Vicentes Ferrer en lugar de todo ese dinero público que va de un gobierno a otro sin resultados.
¿Estaba cansado de este mundo?
Necesitaba sentirme útil. Me he pasado la vida dándole a una pelotita con un palo ¡cuando hay tantas otras cosas por hacer! Allí he aprendido un montón de oficios, hago de electricista, albañil, herrero…
¿Y cómo lo lleva su mujer?
Encantada. Sin Senegal, no sé si lo nuestro hubiera durado, porque cada uno hacía su vida. Ahora estamos muy unidos.
Cuando está aquí, ¿cómo se siente?
Me aburro. Mi vida social ha cambiado radicalmente, ahora salimos a caminar y sólo utilizamos el transporte público. Te das cuenta de que necesitas muy poco. Antes necesitábamos mucho y teníamos muchas cenas y conocidos que creíamos que eran amigos. Ya no necesito nada de todo eso.
¿Y los amigos de verdad?
Me gusta reencontrarme con ellos, lo hago cuando organizo torneos de golf para recaudar fondos y en los entierros. La vida son etapas y hay que vivirla para enriquecerse, y yo he tenido la suerte de vivir muchas.
¿Esta es la mejor?
Sí, porque estoy lleno de afecto. Mis “seiscientos nietos senegaleses” corren a abrazarme cuando llego.
¿Qué lección le ha dado la vida?
Nunca digas no a algo, experiméntalo antes, pregúntate: “¿Y por qué no?”. Lo de África fue un por qué no. Las cosas sólo te pasan una vez por delante y hay que estar atento. Si sientes algo, has de hacerlo.
Muchos a su edad ya van de retiro.
Es un error, creo que es el momento en que más tenemos para dar. Yo recluto personas que me ayuden en el despacho, y ahora tengo un ingeniero agrónomo, de 74 años, ¡ilusionadísimo!, que se va a venir seis meses a África para desarrollar el proyecto agrícola. Lo que hago me llena tanto que tengo una vitalidad tremenda, he olvidado mi edad.